agosto 21, 2008

Play back y otros cuentos chinos

Por Antonio Gil

Yang Peiyi tiene la voz infantil más bella de toda China. Y tengan por seguro que se probaron cientos de miles, quizás hasta millones de voces, hasta dar con esta pequeña alondra de nueve años que trinaría la "Oda a la Patria" en la apertura de los Juegos Olímpicos de Beijing. Hasta ahí la cosa venía a pedir de boca. Pero ocurre que a los nuevos mandarines, que rigen la vida y la muerte y las voces y los rostros y todos los asuntos humanos en el Imperio Celeste del Neocapitalismo Carcelario que es la China de hoy, no les gustó para nada el aspecto de la niñita: le hallaron carita de chancho. La encontraron poco chic. Poco fashion. Les cargó el look de la campesinita rechoncha que cantaba como los ángeles. Entonces, los maoístas friedmanianos cortaron por lo sano. Lin Miaoke, una chinita preciosa, movería los labios, mientras la gordita vergonzante, oculta tras bambalinas, sacaría sus gorjeos de ave del paraíso. Éxito total. La Tierra se estremeció, arrobada por la imagen y el sonido que llegó hasta el último rincón de Quemchi o Kinshasa. Desde Portland hasta San Vicente de Tagua Tagua y Chichicastenango, pasando por Viena, el planeta engañado babeó ante este espectáculo conmovedor y multitudinario.

Gran metáfora de lo que es la China actual: una inmensa y descarada mentira donde, bajo las banderas rojas del pueblo, los más brutales gendarmes y verdugos dirigen esa factoría en la que grupos minúsculos, minorías voraces, se hacen trimillonarios en dólares, en yenes, en oro suizo, en lo que quieran, gracias a la información privilegiada entregada por la mafia. Más mentiras alegóricas: muchas imágenes de la inauguración estaban grabadas de antemano y la mayoría de los fastuosos fuegos artificiales que vimos boquiabiertos jamás existieron en la realidad, sino que fueron generados por animación computarizada. Cuatro mil millones de personas en el planeta quedamos mudos ante la majestuosidad inaugural, mientras cientos de miles de provincianos chinos, llegados de lejos a presenciar el acto, fueron violentamente expulsados por la policía antimotines más allá de los muros de la vieja ciudad, maquillada, enmascarada de todas sus miserias.

Era una rotería que los visitantes o, peor aún, la prensa vieran o captaran la imagen de esos patanes salidos de las fábricas de flores plásticas, fuentecitas de feng shui o automóviles de imitación. "Una pequeña cantante gana el corazón de la nación", tituló el diario "China Daily". La mentira se reproduce. Pero también se descubre, porque China es una inmensa farsa donde hasta internet se encuentra bajo censura. Donde las ejecuciones sumarias con un tiro en la nuca se aplican a diario en todas partes. Un país donde, en nombre del pueblo, bandas de asesinos del nivel de la Gestapo mantienen un orden basado en el terrorismo más repulsivo de la Tierra. Un falso régimen socialista que esclaviza a sus súbditos de un modo abyecto que la sociedad mundial parece no ver. Claro, son baratos los productos chinos. La mano de obra es casi gratis. Mejor hacer como los tres monos, que ni ven, ni oyen ni dicen una sola palabra.

Es cierto que una apertura de Juegos Olímpicos es sólo un espectáculo. Algo de circo. Mucho de tecnología de punta. Pero, detrás del biombo, China entera sigue siendo un engaño monstruoso, secreto, mientras la invisible y rolliza Yang Peiyi vuelve a casa con su madre, muda, en un camión atestado de soldados borrachos.


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