julio 24, 2009

Roberto Bolaño viene volando

"A SEIS AÑOS DE SUPERAR A LA MUERTE...
ROBERTO BOLAÑO VIENE VOLANDO"


Por: René Acevedo

La primera vez que leí a Roberto Bolaño fue como un golpe a la quijada, una pedrada en el ojo que no se puede obviar y seguir caminando como si nada. No, no se puede. Porque en estos casos hay que buscar asistencia médica de inmediato o pasar a pedir un parche curita y las clásicas dipironas al SAPU más cercano, despues obviamente de al menos unas 24 horas de espera mientras nacen guaguas en los baños o mueren indigentes en las salas de espera.
El punto es que Bolaño mezcla en sus renglones partes de esa realidad irreal que nos circunda, es una muestra clara del imaginario latinoamericano y chileno en particular que mezcla cual revolvedora de cemento los ingredientes del cielo y el infierno, pues hablar de interculturalidad, transculturalidad, heterogeneidad cultural en nuestra america morena y en Chile es el más vil de los eufemismos. Nuestra seudo-realidad es una simbiosis, un resumidero cultural de múltiples cruzadas y abandonos permanentes, de odio y amor, de lucidez y locura, de blancos, negros, mulatos y asiáticos, de polinesias y otras razas que jamás volvieron a ver la luz tras ser cegados (o segados) por las espadas y cruces españolas, es esa mezcla acentuada en él por el exilio o autoexilio y la divagación permanente y transhumante, su nomadismo cultural, social y literario, pero sobretodo es una conjugación de muertes y redenciones, cosa que queda plasmada en el texto de Bolaño sobre la Literatura y la Enfermedad, que es donde hace una especie de manifiesto acerca de sus tópicos y leit motiv compulsivos, presentes en los detectives salvajes, pero sobretodo en sus cuentos.
Y bueno, ahí estaba yo, en algun andén del metro leyendo "Putas Asesinas" después de haber terminado por enésima vez con mi polola de turno, de cuyo nombre no quiero acordarme..., y la bofetada, la patada en el culo, y recordé la lectura dominical en el water con un libro de Bukovsky para poder excomulgar a esos porotos con chicharrones rebeldes. Pero no, esta vez era Bolaño y "El Ojo Silva" que iniciaba el libro, tras esa portada de Anagrama con tonos grises brillantes y la foto de una mujer sin cabeza enfundada en cuero negro y cinturones insinuantes a sadomasoquismo intelectual...
"Y su amigo francés le dijo que sí, que por supuesto, que lo haría de inmediato, y también le dijo ¿qué es ese ruido?, ¿estás llorando?, y el Ojo le dijo que sí, que no podía dejar de llorar, que no sabía qué le pasaba, que llevaba horas llorando. Y su amigo francés le dijo que se calmara. Y el Ojo se rió sin dejar de llorar y dijo que eso haría y colgó el teléfono. Y luego siguió llorando sin parar."
Y continuó leyendo...
"Las mujeres son putas asesinas, Max, son monos ateridos de frío que contemplan el horizonte desde un árbol enfermo, son princesas que te buscan en la oscuridad, llorando, indagando las palabras que nunca podrán decir. En el equívoco vivimos y planeamos nuestros ciclos de vida"
(Roberto Bolaño, Putas Asesinas, Barcelona 2001.)

(René Acevedo, julio de 2008.)

Y acá les va el texto, disfrútenlo, enférmense y lárguense a escribir...

LITERATURA + ENFERMEDAD = ENFERMEDAD por Roberto Bolaño

"para mi amigo el doctor Víctor Vargas, hepatólogo"

Enfermedad y conferencia
Nadie debe extrañarse de que el conferenciante se ande por las ramas. Pongamos el siguiente caso. El conferenciante va a hablar sobre la enfermedad. El teatro se llena con diez personas. Hay una expectación entre los espectadores digna, sin duda, de mejor causa. La conferencia empieza a las siete de la tarde o a las ocho de la noche. Nadie del público ha cenado. Cuando dan las siete (o las ocho, o las nueve) ya están todos allí, sentados en sus asientos, los teléfonos móviles apagados. Da gusto hablar ante personas tan educadas. Sin embargo el conferenciante no aparece y finalmente uno de los organizadores del evento anuncia que no podrá venir debido a que, a última hora, se ha puesto gravemente enfermo.

Enfermedad y estatura
Vayamos al grano o acerquémonos por un instante a ese grano solitario que el viento o el azar ha dejado justo en medio de una enorme mesa vacía. No hace mucho tiempo, al salir de la consulta de Víctor Vargas, mi médico, una mujer me esperaba junto a la puerta confundida entre los demás pacientes que formaban la cola. Esta mujer era una mujer bajita, quiero decir de corta estatura, cuya cabeza apenas me llegaba a la altura del pecho, digamos unos pocos centímetros por arriba de las tetillas, y eso que llevaba unos tacones portentosos, como no tardé en descubrir. La visita, de más está decirlo, había ido mal, muy mal; mi médico sólo tenía malas noticias. Yo me sentía, no sé, no precisamente mareado, que es lo usual en estos casos, sino más bien como si los demás se hubieran mareado y yo fuera el único que mantenía una especie de calma o una cierta verticalidad. Tenía la impresión de que todos iban a gatas o, como suele decirse, a cuatro patas, mientras yo iba de pie o permanecía sentado, con las piernas cruzadas, que a todos los efectos es lo mismo que estar o ir de pie o mantener la verticalidad. En cualquier caso tampoco puedo decir que me sintiera bien, pues una cosa es mantenerse erguido mientras los demás gatean y otra cosa muy distinta es observar, con algo que a falta de una palabra mejor llamaré ternura o curiosidad o mórbida curiosidad, el gateo indiscriminado y repentino de quienes te rodean. Ternura, melancolía, nostalgia, sensaciones propias de un enamorado más bien cursi, y muy impropias de experimentar en el consultorio externo de un hospital de Barcelona. Por supuesto, si ese hospital hubiera sido un manicomio, tal visión no me habría afectado en lo más mínimo, pues desde muy joven me acostumbré —aunque nunca seguí— al refrán que dice que en el país al que fueres, haz lo que vieres, y lo mejor que uno puede hacer en un manicomio, aparte de mantener un silencio lo más digno posible, es gatear u observar el gateo de los compañeros de desgracia.
Pero yo no estaba en un manicomio sino en uno de los mejores hospitales públicos de Barcelona, un hospital que conozco bien pues he estado cinco o seis veces internado allí, y hasta entonces no había visto a nadie caminar a cuatro patas, aunque sí había visto a enfermos ponerse amarillos como canarios y había visto a otros que de repente dejaban de respirar, es decir, se morían, algo no inusual en un sitio así; pero a gatas no había visto, todavía, a nadie, por lo que pensé que las palabras de mi médico habían sido mucho más graves de lo que en principio creí, o lo que es lo mismo: que mi estado de salud era francamente malo. Y cuando salí de la consulta y vi a todo el mundo gateando, esta impresión sobre mi propia salud se acentuó y el miedo a punto estuvo de tumbarme y obligarme agatear a mí también. El motivo de que no lo hiciera fue la presencia de la mujer bajita, que en ese momento se me acercó y dijo su nombre, la doctora X, y luego pronunció el nombre de mi médico, mi querido doctor Vargas, con quien mantengo una relación tipo armador griego millonario, es decir la relación de un hombre casado que ama pero que procura ver lo menos posible a su mujer, y añadió, la doctora X, que estaba al tanto de mi enfermedad o del progreso de mi enfermedad y deseaba incluirme en un trabajo que ella estaba haciendo. Le pregunté educadamente por la naturaleza de ese trabajo. Su respuesta fue vaga. Me explicó que apenas me haría perder media hora de mi tiempo y que se trataba de que yo hiciera algunos tests que tenía preparados. No sé por qué, finalmente le dije que sí, y entonces ella me guió fuera de las consultas externas hasta un ascensor de grandes proporciones, un ascensor en donde había una camilla, vacía, por supuesto, pero ningún camillero, una camilla que subía y que bajaba con el ascensor, como una novia bien proporcionada con —o en el interior de— su novio desproporcionado, pues el ascensor era verdaderamente grande, tanto como para albergar en su interior no sólo una camilla sino dos, y además una silla de ruedas, todas con sus respectivos ocupantes, pero lo más curioso era que en el ascensor no había nadie, salvo la doctora bajita y yo, y justo en ese momento, con la cabeza no sé si más fría o más caliente, me di cuenta de que la doctora bajita no estaba nada mal.
No bien descubrí esto, me pregunté qué ocurriría si le proponía hacer el amor en el ascensor, cama no nos iba a faltar. Recordé en el acto, como no podía ser menos, a Susan Sarandon disfrazada de monja preguntándole a Sean Penn cómo podía pensar en follar si le quedaban pocos días de vida. El tono de Susan Sarandon, por descontado, es de reproche. No recuerdo, para variar, el título de la película, pero era una buena película, dirigida, creo, por Tim Robbins, que es un buen actor y tal vez un buen director pero que no ha estado jamás en el corredor de la muerte. Follar es lo único que desean los que van a morir. Follar es lo único que desean los que están en las cárceles y en los hospitales. Los impotentes lo único que desean es follar. Los castrados lo único que desean es follar. Los heridos graves, los suicidas, los seguidores irredentos de Heidegger. Incluso Wittgenstein, que es el más grande filósofo del siglo XX, lo único que deseaba era follar. Hasta los muertos, leí en alguna parte, lo único que desean es follar. Es triste tener que admitirlo, pero es así.

Enfermedad y Dioniso
Aunque la verdad de la verdad, la puritita verdad, es que me cuesta mucho admitirlo. Esa explosión seminal, esos cúmulos y cirros que cubren nuestra geografía imaginaria, terminan por entristecer a cualquiera. Follar cuando no se tienen fuerzas para follar puede ser hermoso y hasta épico. Luego puede convertirse en una pesadilla. Sin embargo, no hay más remedio que admitirlo. Miren, por ejemplo, las cárceles de México. Aparece un tipo no precisamente agraciado, chaparro, seboso, panzón, bizco, y que encima es malo y huele mal. Este tipo, cuya sombra se desplaza con una lentitud exasperante por las paredes de la cárcel o por los pasillos interiores de la cárcel, al poco tiempo de estar allí se hace amante de otro tipo, igual de feo pero más fuerte. No ha habido un romance prolongado, un romance lleno de pasos y de estaciones. No ha habido una afinidad electiva tal como la entendía Goethe. Ha sido un amor a primera vista, primario, si ustedes quieren, pero cuya finalidad no difiere mucho de la finalidad buscada por tantas parejas normales o que nos parecen normales. Son novios. Sus galanteos, sus deliquios, son como radiografías. Follan cada noche. A veces se pegan. Otras veces se cuentan sus vidas, como si fueran amigos, aunque en realidad no son amigos sino amantes. Los domingos, incluso, ambos reciben las visitas de sus respectivas mujeres, que son tan feas como ellos. Obviamente ninguno de los dos es lo que llamaríamos un homosexual. Si alguien se lo echara encara probablemente ellos se enojarían tanto, se sentirían tan ofendidos, que primero violarían brutalmente al ofensor y luego lo asesinarían. Esto es así. Victor Hugo, que según Daudet era capaz de comerse una naranja entera de un solo bocado, prueba máxima de salud, según Daudet, típico gesto de cerdo, según mi mujer, dejó escrito en Los miserables que la gente oscura, la gente atroz, es capaz de experimentar una felicidad oscura, una felicidad atroz. Según creo recordar, pues Los miserables es un libro que leí en México hace muchísimos años y que dejé en México cuando me fui de México para siempre y que no pienso volver a comprar ni a releer, pues no hay que leer ni mucho menos releer los libros de los cuales se hacen películas, y creo que de Los miserables se hizo hasta un musical. Esa gente atroz, como decía, cuya felicidad es atroz, son aquellos rufianes que acogen a Cosette cuando Cosette aún es una niña, y que encarnan a la perfección no sólo el mal y la mezquindad de cierta pequeña burguesía o de aquello que aspira a formar parte de la pequeña burguesía, sino que con el paso del tiempo y los avances del progreso encarnan, a estas alturas de la historia, a casi la totalidad de lo que hoy llamamos clase media, una clase media de izquierda o de derecha, culta o analfabeta, ladrona o de apariencia proba, gente provista de buena salud, gente preocupada en cuidar su buena salud, gente exactamente igual (probablemente menos violenta y menos valiente, más prudente, más discreta) que los dos pistoleros mexicanos que viven su amor encerrados en un penal.
Dioniso lo ha invadido todo. Está instalado en las iglesias y en las ONG, en el gobierno y en las casas reales, en las oficinas y en los barrios de chabolas. La culpa de todo la tiene Dioniso. El vencedor es Dioniso. Y su antagonista o contrapartida ni siquiera es Apolo, sino don Pijo o doña Siútica o don Cursi o doña Neurona Solitaria, guardaespaldas dispuestos a pasarse al enemigo a la primera detonación sospechosa.

Enfermedad y Apolo
¿Y dónde diablos está el maricón de Apolo? Apolo está enfermo, grave.

Enfermedad y poesía francesa
La poesía francesa, como bien saben los franceses, es la más alta poesía del siglo XIX y de alguna manera en sus páginas y en sus versos se prefiguran los grandes problemas que iba a afrontar Europa y nuestra cultura occidental durante el siglo XX y que aún están sin resolver. La revolución, la muerte, el aburrimiento y la huida pueden ser esos temas. Esa gran poesía fue escrita por un puñado de poetas y su punto de partida no es Lamartine, ni Hugo, ni Nerval, sino Baudelaire. Digamos que se inicia con Baudelaire, adquiere su máxima tensión con Lautréamont y Rimbaud, y finaliza con Mallarmé. Por supuesto, hay otros poetas notables, como Corbière o Verlaine, y otros que no son desdeñables, como Laforgue o Catulle Mendés o Charles Cros, e incluso alguno no del todo desdeñable como Banville. Pero la verdad es que con Baudelaire, Lautréamont, Rimbaud y Mallarmé ya hay suficiente. Empecemos por el último. Quiero decir, no por el más joven sino por el último en morir, Mallarmé, que se quedó a dos años de conocer el siglo XX. Éste escribe en Brisa Marina:

La carne es triste, ¡ay!, y todo lo he leído.
¡Huir! ¡Huir! Presiento que en lo desconocido
de espuma y cielo, ebrios los pájaros se alejan.
Nada, ni los jardines que los ojos reflejan
sujetará este pecho, náufrago en mar abierta
¡oh, noches!, ni en mi lámpara la claridad desierta
sobre la virgen página que esconde su blancura,
y ni la fresca esposa con el hijo en el seno. ¡He de partir al fin! Zarpe el barco, y sereno
meza en busca de exóticos climas su arboladura.
Un hastío reseco ya de crueles anhelos
aún suena en el último adiós de los pañuelos.
¡Quién sabe si los mástiles, tempestades buscando,
se doblarán al viento sobre el naufragio, cuando
perdidos floten sin islotes ni derroteros!...
¡Más oye, oh corazón, cantar los marineros!

Un bonito poema. Nabokov le habría aconsejado al traductor no mantener la rima, dar una versión en verso libre, hacer una versión feísta, si Nabokov hubiera conocido al traductor, Alfonso Reyes, que para la cultura occidental poco significa pero que para esa parte de la cultura occidental que es Latinoamérica significa (o debería significar) mucho. ¿Pero qué quiso decir Mallarmé cuando dijo que la carne es triste y que ya había leído todos los libros? ¿Que había leído hasta la saciedad y que había follado hasta la saciedad? ¿Que a partir de determinado momento toda lectura y todo acto carnal se transforman en repetición? ¿Que lo único que quedaba era viajar? ¿Que follar y leer, a la postre, resultaba aburrido, y que viajar era la única salida? Yo creo que Mallarmé está hablando de la enfermedad, del combate que libra la enfermedad contra la salud, dos estados o dos potencias, como queráis, totalitarias; yo creo que Mallarmé está hablando de la enfermedad revestida con los trapos del aburrimiento. La imagen que Mallarmé construye sobre la enfermedad, sin embargo, es, de alguna manera, prístina: habla de la enfermedad como resignación, resignación de vivir o resignación de lo que sea.
Es decir, está hablando de derrota. Y para revertir la derrota opone vanamente la lectura y el sexo, que sospecho que para mayor gloria de Mallarmé y mayor perplejidad de Madame Mallarmé eran la misma cosa, pues de lo contrario nadie en su sano juicio puede decir que la carne es triste, así, de esa forma taxativa, que enuncia que la carne sólo es triste, que la petit morte, que en realidad no dura ni siquiera un minuto, se extiende a todos los gestos del amor, que como es bien sabido pueden durar horas y horas y hacerse interminables, en fin, que un verso semejante no desentonaría en un poeta español como Campoamor pero sí en la obra y en la biografía de Mallarmé, indisolublemente unidas, salvo en este poema, en este manifiesto cifrado, que sólo Paul Gauguin se tomó al pie de la letra, pues que se sepa Mallarmé no escuchó jamás cantar a los marineros, o si los escuchó no fue, ciertamente, a bordo de un barco con destino incierto.
Y menos aún se puede afirmar que uno ya ha leído todos los libros, pues incluso aunque los libros se acaben nunca acaba uno de leerlos todos, algo que bien sabía Mallarmé. Los libros son finitos, los encuentros sexuales son finitos, pero el deseo de leer y de follar es infinito, sobrepasa nuestra propia muerte, nuestros miedos, nuestras esperanzas de paz. ¿Y qué le queda a Mallarmé en este ilustre poema, cuando ya no le quedan, según él, ni ganas de leer ni ganas de follar? Pues le queda el viaje, le quedan las ganas de viajar. Y ahí está tal vez la clave del crimen. Porque si Mallarmé llega a decir que lo que queda por hacer es rezar o llorar o volverse loco, tal vez habría conseguido la coartada perfecta.
Pero en lugar de eso Mallarmé dice que lo único que resta por hacer es viajar, que es como si dijera navegar es necesario, vivir no es necesario, frase que antes sabía citar en latín y que por culpa de las toxinas viajeras de mi hígado también he olvidado, o lo que es lo mismo, Mallarmé opta por el viajero con el torso desnudo, por la libertad que también tiene el torso desnudo, por la vida sencilla (pero no tan sencilla si rascamos un poco) del marinero y del explorador que, a la par que es una afirmación de la vida, también es un juego constante con la muerte y que,en una escala jerárquica, es el primer peldaño de cierto aprendizaje poético. El segundo peldaño es el sexo y el tercero los libros. Lo que convierte la elección mallarmeana en una paradoja o bien en un regreso, en un volver a empezar desde cero. Y llegado a este punto no puedo, antes de volver al ascensor, dejar de pensar en un poema de Baudelaire, el padre de todos, en el que éste habla del viaje, del entusiasmo juvenil del viaje y de la amargura que todo viaje a la postre deja en el viajero, y pienso que tal vez el soneto de Mallarmé es una respuesta al poema de Baudelaire, uno de los más terribles que he leído, el de Baudelaire, un poema enfermo, un poema sin salida, pero acaso el poema más lúcido de todo el siglo XIX.

Enfermedad y viajes
Viajar enferma. Antiguamente los médicos recomendaban a sus pacientes, sobre todo a los que padecían enfermedades nerviosas, viajar. Los pacientes, que por regla general tenían dinero, obedecían y se embarcaban en largos viajes que duraban meses y en ocasiones años. Los pobres que tenían enfermedades nerviosas no viajaban. Algunos, es de suponer, enloquecían. Pero los que viajaban también enloquecían o, lo que es peor, adquirían nuevas enfermedades conforme cambiaban de ciudades, de climas, de costumbres alimenticias.
Realmente, es más sano no viajar, es más sano no moverse, no salir nunca de casa, estar bien abrigado en invierno y sólo quitarse la bufanda en verano, es más sano no abrir la boca ni pestañear, es más sano no respirar. Pero lo cierto es que uno respira y viaja. Yo, sin ir más lejos, comencé a viajar desde muy joven, desde los siete u ocho años, aproximadamente. Primero en el camión de mi padre, por carreteras chilenas solitarias que parecían carreteras posnucleares y que me ponían los pelos de punta, luego en trenes y en autobuses, hasta que a los quince años tomé mi primer avión y me fui a vivir a México. A partir de ese momento los viajes fueron constantes. Resultado: enfermedades múltiples.
De niño, grandes dolores de cabeza que hacían que mis padres se preguntaran si no tendría una enfermedad nerviosa y si no sería conveniente que emprendiera, lo más pronto posible, un largo viaje reparador. De adolescente, insomnio y problemas de índole sexual. De joven, pérdida de dientes que fui dejando, como las miguitas de pan de Hansel y Gretel, en diferentes países; mala alimentación que me provocaba acidez estomacal y luego una gastritis; abuso de la lectura que me obligó a llevar lentes; callos en los pies producto de largas caminatas sin ton ni son; infinidad de gripes y catarros mal curados. Era pobre, vivía en la intemperie y me consideraba un tipo con suerte porque, a fin de cuentas, no había enfermado de nada grave. Abusé del sexo pero nunca contraje una enfermedad venérea. Abusé de la lectura pero nunca quise ser un autor de éxito. Incluso la pérdida de dientes para mí era una especie de homenaje a Gary Snyder, cuya vida de vagabundo zen lo había hecho descuidar su dentadura. Pero todo llega. Los hijos llegan. Los libros llegan. La enfermedad llega. El fin del viaje llega.

Enfermedad y callejón sin salida
El poema de Baudelaire se llama “El viaje”. El poema es largo y delirante, es decir posee el delirio de la extrema lucidez, y no es éste el momento de leerlo completo. El traductor es el poeta Antonio Martínez Sarrión y sus primeros versos dicen así:

Para el niño, gustoso de mapas y grabados,
Es semejante el mundo a su curiosidad.

El poema, pues, empieza con un niño. El poema de la aventura y del horror, naturalmente, empieza en la mirada pura de un niño. Luego dice:

Un buen día partimos, la cabeza incendiada, Repleto el corazón de rabia y amargura,
Para continuar, tal las olas, meciendo
Nuestro infinito sobre lo finito del mar:
Felices de dejar la patria infame, unos;
El horror de sus cunas, otros más; no faltando,
Astrólogos ahogados en miradas bellísimas
De una Circe tiránica, letal y perfumada.
Para no ser cambiados en bestias, se emborrachan
De cielos abrasados, de espacio y resplandor,
El hielo que les muerde, los soles que les queman,
La marca de los besos borran con lentitud.
Pero los verdaderos viajeros sólo parten
Por partir; corazones a globos semejantes
A su fatalidad jamás ellos esquivan
Y gritan “¡Adelante!” sin saber bien por qué.

El viaje que emprenden los tripulantes del poema de Baudelaire en cierto modo se asemeja al viaje de los condenados. Voy a viajar, voy a perderme en territorios desconocidos, a ver qué encuentro, a ver qué pasa. Pero previamente voy a renunciar a todo. O lo que es lo mismo: para viajar de verdad los viajeros no deben tener nada que perder. El viaje, este largo y accidentado viaje del siglo XIX, se asemeja al viaje que hace el enfermo a bordo de una camilla, desde su habitación a la sala de operaciones, donde le aguardan seres con el rostro oculto debajo de pañuelos, como bandidos de la secta de los hashishin. Por cierto, las primeras estampas del viaje no rehúyen ciertas visiones paradisíacas, producto más de la voluntad o de la cultura del viajero que de la realidad:

¡Asombrosos viajeros! ¡Cuántas nobles historias
Leemos en vuestros ojos profundos como el mar!
Mostradnos los estuches de tan ricas memorias
Y también dice: ¿Qué habéis visto? Y el viajero, o ese fantasma que representa a los viajeros, contesta enumerando las estaciones del infierno. El viajero de Baudelaire, evidentemente, no cree que la carne sea triste y que ya haya leído todos los libros, aunque evidentemente sabe que la carne, trofeo y joya de la entropía, es triste y más que triste, y que una vez leído un solo libro, todos los libros están leídos. El viajero de Baudelaire tiene la cabeza incendiada y el corazón repleto de rabia y amargura, es decir, probablemente se trata de un viajero radical y moderno, aunque por supuesto es alguien que razonablemente quiere salvarse, que quiere ver, pero que también quiere salvarse. El viaje, todo el poema, es como un barco o una tumultuosa caravana que se dirige directamente hacia el abismo, pero el viajero, lo intuimos en su asco, en su desesperación y en su desprecio, quiere salvarse. Lo que finalmente encuentra, como Ulises, como el tipo que viaja en una camilla y confunde el cielo raso con el abismo, es su propia imagen:

¡Saber amargo aquel que se obtiene del viaje!
Monótono y pequeño, el mundo, hoy día, ayer,
Mañana, en todo tiempo, nos lanza nuestra imagen:
¡En desiertos de tedio, un oasis de horror!

Y con ese verso, la verdad, ya tenemos más que suficiente. En medio de un desierto de aburrimiento, un oasis de horror. No hay diagnóstico más lúcido para expresar la enfermedad del hombre moderno. Para salir del aburrimiento, para escapar del punto muerto, lo único que tenemos a mano,y no tan a mano, también en esto hay que esforzarse, es el horror, es decir el mal. O vivimos como zombis, como esclavos alimentados con soma, o nos convertimos en esclavizadores, en seres malignos, como el tipo aquel que después de asesinar a su mujer y a sus tres hijos dijo, mientras sudaba a mares, que se sentía extraño, como poseído por algo desconocido, la libertad, y luego dijo que las víctimas se habían merecido lo que les pasó, aunque al cabo de unas horas, más tranquilo, dijo que nadie se merecía una muerte tan cruel y luego añadió que probablemente se había vuelto loco y les pidió a los policías que no le hicieran caso.
Un oasis siempre es un oasis, sobre todo si uno sale de un desierto de aburrimiento. En un oasis uno puede beber, comer, curarse las heridas, descansar, pero si el oasis es de horror, si sólo existen oasis de horror, el viajero podrá confirmar, esta vez de forma fehaciente, que la carne es triste, que llega un día en que todos los libros están leídos y que viajar es un espejismo. Hoy, todo parece indicar que sólo existen oasis de horror o que la deriva de todo oasis es hacia el horror.

Enfermedad y pruebas
Y ya es hora de volver a ese ascensor enorme, el ascensor más grande que he visto en mi vida, un ascensor en donde un pastor hubiera podido meter un reducido rebaño de ovejas y un granjero dos vacas locas y un enfermero dos camillas vacías, y en donde yo me debatía, literalmente, entre la posibilidad de pedirle a aquella doctora de corta estatura, casi una muñeca japonesa, que hiciera el amor conmigo o que al menos lo intentáramos, y la posibilidad cierta de echarme a llorar allí mismo, como Alicia en el País de las Maravillas, e inundar el ascensor no de sangre, como en El resplandor de Kubrick, sino de lágrimas. Pero los buenos modales, que nunca están de más y que pocas veces estorban, en ocasiones como ésta son un estorbo, y al poco rato la doctora japonesa y yo estábamos encerrados en un cubículo, con una ventana desde la que se veía la parte de atrás del hospital, haciendo unas pruebas rarísimas, que a mí me parecieron exactamente iguales que las pruebas que aparecen en las páginas de pasatiempos de cualquier periódico dominical.
Por supuesto, me esmeré mucho en hacerlas bien, como si quisiera demostrarle a ella que mi médico estaba equivocado, vano esfuerzo, pues aunque realizaba las pruebas de forma impecable la pequeña japonesa permanecía impasible, sin dedicarme ni la más mínima sonrisa de aliento. De vez en cuando, mientras ella preparaba una nueva prueba, hablábamos. Le pregunté por las posibilidades de éxito de un trasplante de hígado. Muchas posibilidades, dijo. ¿Qué tanto por ciento?, dije yo. Sesenta pol ciento, dijo ella. Joder, dije yo, es muy poco. En política es mayolía absoluta, dijo ella.
Una de las pruebas, tal vez la más sencilla, me impresionó mucho. Consistía en mantener durante unos segundos las manos extendidas de forma vertical, vale decir con los dedos hacia arriba, enseñándole a ella las palmas y contemplando yo el dorso. Le pregunté qué demonios significaba ese test. Su respuesta fue que, en un punto más avanzado de mi enfermedad, sería incapaz de mantener los dedos en esa posición. Éstos, inevitablemente, se doblarían hacia ella. Creo que dije: Vaya por Dios. Tal vez me reí. Lo cierto es que a partir de entonces ese test me lo hago cada día, esté donde esté. Pongo las manos delante de mis ojos, con el dorso hacia mí, y observo durante unos segundos mis nudillos, mis uñas, las arrugas que se forman sobre cada falange. El día que los dedos no puedan mantenerse firmes no sé muy bien qué haré, aunque sí sé qué no haré. Mallarmé escribió que un golpe de dados jamás abolirá el azar. Sin embargo, es necesario tirar los dados cada día, así como es necesario realizar el test de los dedos enhiestos cada día.

Enfermedad y Kafka
Cuenta Canetti en su libro sobre Kafka que el más grande escritor del siglo XX comprendió que los dados estaban tirados y que ya nada le separaba de la escritura el día en que por primera vez escupió sangre. ¿Qué quiero decir cuando digo que ya nada le separaba de su escritura? Sinceramente, no lo sé muy bien. Supongo que quiero decir que Kafka comprendía que los viajes, el sexo y los libros son caminos que no llevan a ninguna parte, y que sin embargo son caminos por los que hay que internarse y perderse para volverse a encontrar o para encontrar algo, lo que sea, un libro, un gesto, un objeto perdido, para encontrar cualquier cosa, tal vez un método, con suerte: lo nuevo, lo que siempre ha estado allí.

Poetalandia, julio de 2009.

Leer más...

julio 10, 2009

Sobre una convocatoria de artistas

"a manera de respuesta de una convocatoria abierta:

porque no nos creemos ni sentimos ciudadanas ni ciudadanos de este país.
porque no nos interesa pensarnos como presidentas o presidentes..
porque no soñamos con la construcción de un futuro amable, etc. . . mas bién fabricamos a diario las herramientas para hacerlo más cercano.
porque no queremos formar sensibilidades para entender lo otro pues somos lo otro.
porque para quien no se siente ciudadano o ciudadana de este país la diversidad no es un discurso: es una práctica.
porque no solo creemos en la utopía sino que intentamos, en un esfuerzo cotidiano, construirla.
porque no creemos en la paz, si esta paz se instala gracias
a miles de familias hacinadas y hambrientas, a decenas de presas y presos por pensar diferente, etc. etc. etc.y porque seguimos maravillándonos en nuestra capacidad de asombro diario, no sólo como artistas sino tambien como seres humanos integrantes de esta sociedad, manifestamos
a ustedes nuestra digna y necesaria ausencia de esta convocatoria de artistas hacia artistas.

porque más de lo mismo es el colmo.
porque en chile urge desadhesionarse y armar de nuevo esa actitud de transgresión que alguna vez habitó en nuestro cuerpo y nuestras bocas de artistas.
porque artista significa mucho más (o mucho menos) que una candidatura que contiene en su esencia el poder de unos contra la dignidad de otras y otros.
porque en definitiva -y con mucho respeto-, marcos enriquez-ominami y el resto de los candidatos, me importan una hueva.

antonio kadima
artista visual
director centro cultural tallersol / 1977-2009
32 años autogestionando dignidad ( y rabia )"



Esta es la convocatoria a la que responde Antonio Kadima:

"Convocatoria abierta

Por que creemos que cualquier ciudadano o ciudadana de este país tiene el derecho soberano a pensarse presidente o presidenta de la república, a soñar con la construcción de un futuro amable, un futro progresista, plural e incluyente, armónico con la naturaleza y formador de sensibilidades para entender “lo otro” en todas sus formas y dimensiones.

Por que creemos en las diversidades culturales y en sus distintas maneras de construir identidad, reflexión y análisis critico a partir del trabajo, la observación y difusión del pensamiento humano y universal; por que creemos aun en la utopía, en la paz, en la capacidad de maravillarnos y sentir.

Por todas las razones implícitas en la imaginación creativa y colectiva es que convocamos a ustedes los artistas de Chile a crear un “Retrato de Artistas” como adhesión a la candidatura presidencial independiente de Marcos Enríquez- Ominami a realizarse este domingo 12 de Julio a las 12 del día frente al Museo Nacional de Bellas Artes.

Esperamos contar con su valiosa presencia.



Francisco Casas Silva, escritor y artista visual

Sergio Parra, escritor y editor

Raúl Zurita, Poeta premio nacional de literatura

Jaime Lizama, teórico

María Gracia Subercaseaux, Fotógrafa

Claudia Celedón, actriz

Carolina Jeréz, actriz

Yura Labarca, realizador audiovisual

Gonzalo Justiniano, cineasta

Guillermo Machuca, teórico y crítico de arte

Patricia Rivadeneira, Actriz

Patrick Hamilton, artista visual

Marisol Vera, directora Editorial Cuarto Propio

Juan Pablo Sutherland, escritor

Héctor Hernández Montecinos, poeta

Gonzalo Rabanal, artista de performance.


Leer más...

julio 09, 2009

Descanso obligatorio (o cómo claudicar sin ayuda y sin esfuerzo)


“Maneje su carro con un solo dedo”, “conozca el mundo sin salir de casa”, “endurezca sus glúteos sin levantarse del sillón”, “hágase millonario sin esfuerzo”, “compre desde su hogar”, “lo hacemos todo por usted”, “hable más tiempo, más lejos, más barato”, “beba, coma, duerma, rásquese, mire”, “no lo piense más: haga daño”, “nosotros disparamos mientras usted descansa”, “produzca diez toneladas de basura con un solo euro”, “mate más niños a menos precio”, “mutílese gratis”, “destruya el planeta desde la pantalla de su ordenador”, “no lea, no piense, no luche, no se canse, no viva: vea la televisión”.Con poco dinero y casi sin ningún trabajo, es verdad, se puede renunciar a la libertad e incluso a la supervivencia. Lo único que no cuesta nada es la esclavitud; lo único que no requiere esfuerzo es la derrota; lo más cómodo de todo es dejarse destruir. Sin manos, desde casa, con un solo dedo, dejando resbalar apenas la mirada sobre una superficie plana se introducen muchos más efectos que levantando piedras o cortando leña (o, claro, construyendo escuelas o curando heridas). Los monjes y eremitas medievales se retiraban del mundo, y lo contemplaban desde fuera, para no intervenir en él; las clases medias capitalistas, al contrario, se refugian en la contemplación como en la más eficaz y destructiva forma de intervención. Por eso, y no por nostalgias reaccionarias o cristianas vocaciones de martirio, hay que desconfiar de todo lo que puede hacer uno mismo sin ayuda y de todo lo que podemos lograr sin demasiada fatiga. En una sociedad que da tantas facilidades para perder el juicio, que hace tan llevadero matarse y tan irresistiblemente placentero dejar caer las cosas al suelo, que proporciona tantas comodidades para que aumentemos nuestra ignorancia y concede tan generosos créditos y subvenciones para que despreciemos a los otros o hagamos ricas a las multinacionales, podemos tener la casi total seguridad de que si algo nos da pereza –si algo nos molesta- es porque vale la pena. En una sociedad que nos obliga precisamente a no hacer ningún esfuerzo, que nos impone la pasividad más divertida, que nos fuerza a no sentirnos jamás incómodos, perturbados o vigilantes, que nos constriñe tiránicamente a estar siempre satisfechos, podemos estar casi seguros de que precisamente todo aquello que no queremos hacer nos vuelve un poco más libres. En una sociedad tan totalitariamente favorable, tan poderosamente benigna, tan dictatorialmente confortable, he acabado por adoptar este principio: si algo no me gusta, es que es bueno; si no lo deseo es que es bello; si no tengo ganas de hacerlo, es que es liberador. Cada vez apetece menos leer, ser solidario, mirar un árbol: he ahí el deber, he ahí la libertad. Cada vez nos cuesta menos ver la televisión, conectarnos a Internet, usar el celular: he ahí una manifestación tan feroz del poder ajeno y de la propia sumisión como lo son la explotación laboral o la prisión.

Eso que el filósofo Bernard Stiegler llama “proletarización” del consumidor, privado del control sobre su ocio al igual que el obrero está privado del control sobre su trabajo, no puede separarse de ciertos medios – las nuevas tecnologías- que conviene juzgar también desde este punto de vista antes de incorporarlas acríticamente a nuestra existencia como instrumentos de emancipación. He dicho otras veces que la diferencia entre un martillo y una conexión a Internet es la que existe entre una herramienta, prolongación del cuerpo en el mundo, y un órgano, que es siempre, por el contrario, la intromisión del mundo en el propio cuerpo. Es más fácil manejar el propio riñón que el propio martillo y por eso es más difícil vivir sin un riñón que vivir sin un martillo. Pero es más fácil imponer nuestra voluntad a un martillo que a un riñón y por eso es más difícil ser esclavizado por un martillo que por un riñón. La facilidad tecnológica, como la facilidad consumidora (y por razones muy parecidas), es una dictadura orgánica frente a la cual nuestra única libertad posible consiste en defendernos de ella. Frente a un martillo somos libres cuando nos decidimos a usarlo; frente a un riñón, sólo seríamos libres si pudiésemos decidir no usarlo. Por la misma razón, somos libres cuando abrimos un libro; pero sólo somos libres cuando cerramos el ordenador (o el celular o la televisión).

Ahora bien, una libertad sólo negativa frente a un órgano vivo es una locura; es casi un delito; es, en cualquier caso, una autolesión. No es libertad. La evidencia de esta limitación de la voluntad introducida en nuestras vidas por la televisión o por Internet, tanto más restrictiva cuanto más se multiplican los canales y las páginas digitales, se manifiesta en el hecho de que la única opción verdaderamente libre frente a ellas (el off) es la violencia. En la antigua Roma, el fuego del templo de las vestales debía mantenerse siempre encendido como condición misma de la continuidad de la vida; y su extinción, castigada de la forma más severa, era al mismo tiempo una catástrofe y la causa de nuevas catástrofes. Hoy, la continuidad de la vida está garantizada por los flujos de imágenes ininterrumpidos de las redes informáticas y televisivas; mientras nosotros dormimos, nuestro riñón funciona; mientras nosotros dormimos, la CNN sigue emitiendo; mientras nosotros dormimos, Internet sigue activo. La Vida no está ya en los templos ni en las fábricas metalúrgicas ni –por supuesto- en el ojo siempre vigilante del Dios omnipotente; las nuevas tecnologías, frente a cuyas imágenes manufacturadas pasamos muchas más horas que frente a nuestras montañas, nuestros hijos o nuestros novios, han sustituido y concentrado todos estas funciones biológicas y religiosas. Ellas son la Vida, de la que intermitentemente, en ratos ciegos, cuando nos apartamos de la mesa o del salón para preparar la comida, ir al trabajo, frecuentar a los amigos o sencillamente tomar el sol, quedamos trágicamente fuera. ¿Desconectarnos de Internet? ¿Apagar la televisión? Distintos estudios sociológicos han llamado la atención sobre la angustia que, sobre todo en los sectores más vulnerables, produce una pantalla oscura. La única decisión verdaderamente libre que podemos tomar una vez las nuevas tecnologías han entrado en casa (la de apagarlas) se parece bastante a una eutanasia. Es como si todos los días tuviésemos que asumir la responsabilidad de dejar morir a un pariente hospitalizado; como si todos los días se nos exigiese el gesto repetido (castigo griego, como el de Sísifo o Prometeo) de desconectar nuestro cuerpo de los cables y aparatos que lo mantienen conectado a la Vida. Demasiada responsabilidad para que la asuman los ancianos, los niños, los solitarios, los deprimidos, los abandonados, los cansados, que son la mayoría en este mundo.

La ilusión de la Vida habrá que combatirla recuperando la sociedad misma en el exterior. Pero la tecnología audiovisual no es sólo una ilusión: es también un formato, un aparato. Y si la memoria política y moral de la humanidad puede borrarse de un plumazo, no ocurre lo mismo con la memoria tecnológica. La humanidad futura sabrá fabricar la bomba atómica; la humanidad futura tendrá televisión y telefonía móvil y riñones informáticos que no se dejarán nunca manejar del todo. Precisamente por eso es necesario recuperar la sociedad misma; porque la única manera de frenar la tecnología, e incluso de usarla a nuestro favor, es que la gestione una sociedad consciente y libre y no la voluntad individual de miles de apetencias y gustos y caprichos activados –y emocionados- por la facilidad inmensa, y el placer insuperable, de hacerlo todo pedazos sin moverse del sillón.

Santiago Alba Rico

La Calle del Medio (Cuba)

Leer más...

julio 05, 2009

Muere un ídolo, Nace un gran negocio...me suena, me suena...

por René Acevedo.

No voy a referirme aca al talento de Michael Jackson, el cual es reconocido a nivel mundial no solo por sus fanaticos (que gracia tendria eso) sino por la critica y el mundo de la musica en general, tampoco a sus excesos y supuestos abusos a menores, no seria el primer genio loco, excentrico o pobre niño acosado por la fama y el exito que hace mil estupideces para llamar la atencion o porque se cree invisible, irreprochable o intocable en esas y otras cosas.
El muerto todavia esta tibio y ya empiezan los homenajes, las celebraciones, los llantos, las especulaciones y sobretodo el "negocio del siglo". Si basta con decir que todavia creen algunos que Elvis esta vivo en alguna isla del Caribe. Lo mismo sucede ahora con MJ, se le compara de hecho con Elvis, con Lennon (ufff, que escalofrios, pues al menos este ultimo tenia bastante mas contenido y mensajes dignos en sus canciones y en sus actos) y con una serie de mitos y leyendas urbanas.En 3 dias ya ha vendido mas copias que en varios años de giras y pasitos "patras", saquen la calculadora y vean que buen negocio ha sido, hasta estan preparando un video con material de sus ultimos ensayos, y suma y sigue.
Bueno, pero mi tema no es si era bueno o malo, pues yo tambien me puse alguna vez pantalones ajustados y calcetas blancas con zapatos pluma pa ver si me salia el pasito famoso. El cuento aca es como la alienacion llega a tal punto que hasta el producto se cree y sabe un "producto", algo irreal, un rey, un dios, resulta totalmente patetico y es quizas en ese punto donde todos pueden ser responsables de su muerte y tambien de su "vida", si se le puede llamar vida a estar las 24 horas con guardias, medicos, encerrado, entubado en drogas, sin nariz, sin privacidad, sin color y sin identidad. Uffff, fuerte no??
El tipo vendio y gano miles de millones de dolares, mas aun sus casas disqueras (obvio, de ellos es el negocio), por cierto dono mucho de su fortuna, pero eso tambien es un buen negocio (sino preguntenle a Farkas), pero en definitiva los que compran y siguen o adoran a estos idolos de barro son los fans, la gente comun, los que se tragan el cuento y el glamour.
Este "niño" a fin de cuentas salio de una familia pobrisima, algo asi como los Parra, guardando las proporciones y el contexto politico y social claro, pero el simil esta en que o cantaban o no comian y aca los jackson tuvieron en su padre a su manager, su protector y su cancerbero. En el fondo, sin querer justificarlo, él es producto del medio, producto de si mismo tambien, de ser el rey del pop autoproclamado, en todo caso, pero confirmado por sus ventas, sus records y sus fanaticos. Nadie que haya nacido en la absoluta pobreza va a poder sobrellevar asi no mas tener de la noche a la mañana una cuenta donde no caben mas ceros, o varias cuentas en suiza, avion personal, tiendas, propiedades, y mas premios de los que pueda guardar y de los que su ego pueda recordar, etc, etc.
Tambien me pregunto...cuantos niños no han habido asi? No fueron Mozart y Beethoven, guardando tambien las proporciones, niños talentosos y explotados por sus padres? No hay quizas hoy mismo en la calle niños bailando, haciendo malabares, cantando para mantener a sus familias?
Y donde estan esos miles de millones de dolares para ayudarles??Donde estan esos miles de millones de compradores de hits? Habra que esperar a que triunfen, se excedan, se droguen y se mueran para alabarlos o regalarles un disco de oro?? Seran suficientes las monedas de $100 que reciben por sus gracias para llegar siquiera a terminar sus estudios o dejar de trabajar para sus padres?
Me pregunto, de quien es la mayor alienacion...de los fans, de los "reyes", del mercado, de un sistema maldito que obliga a vender y venderse, prostituirse por el dinero y la "fama"...

Hmm...me quedan mis dudas.

Será mejor hacer como que el rey esta vestido aunque pose desnudo?
...o decirle que su traje no existe y reir de buena gana como el niño del cuento...?

Les dejo la inquietud.

René Acevedo.

Leer más...

julio 03, 2009

CNN legitima al gobierno de facto en Honduras

por Karen Méndez - VTV

CNN, una vez más, demuestra que es la voz de los represores, de los usurpadores, de la barbarie. Evidencian que si a sus "amigos" les falla un golpe de Estado contra un presidente que lucha por los intereses de su pueblo, allí estarán ellos para manipular y legitimar lo que todos los países del mundo condenaron unánimemente.
Mientras todos los países del mundo condenan el golpe de Estado en Honduras y desconocen al gobierno de facto que usurpó el poder el pasado 28 de junio, la CNN se encarga de darles voz, protagonismo y legitimidad a los golpistas hondureños.
Cuando se inició la conspiración entre los militares, congresistas, el fiscal y magistrados hondureños, el viernes 26 de junio, CNN dedicó toda su programación a la muerte de Michael Jackson, como si más nada estuviese ocurriendo en el mundo o como si un golpe de Estado contra un gobierno legítimamente constituido, fuera menos importante que la muerte de la estrella del pop, icono de la vergüenza étnica.


El pasado 28 de junio, como no tenían otra muerte que los excusara, cambiaron de plan. Pasaron del silencio informativo a la legitimización de los usurpadores.
Ese domingo, a las 10:00 am, cinco horas después del golpe de Estado, CNN entrevista al fiscal que participó en el golpe y le permitió repetir, una y otra vez, que fue una acción legal, porque según él, "el Presidente se quería perpetuar en el poder, porque tenían que salvar a Honduras del chavismo y porque era inconstitucional efectuar la encuesta de opinión pública que propuso el presidente Zelaya".
Antes de seguir preguntando y sin querer ahondar mucho en los hechos, el presentador de CNN, le expresa al fiscal golpista "su más profundo respeto" y le pide que entienda que él es periodista y que debe hacerle distintos tipos de preguntas, algunas quizás incómodas.
Horas más tarde, CNN es una de las primeras cadenas de noticias en difundir la falsa renuncia del Presidente Zelaya. La mentira les duró pocos minutos, porque el propio presidente hondureño en una entrevista que les concedió, confirmó que nunca renunció al cargo que su pueblo le dio.
La CNN, que se vende como defensora de la libertad de expresión y los derechos humanos, calló y sigue callando descaradamente sobre la situación en Honduras. No dice absolutamente nada sobre las represiones de las que han sido víctimas los ciudadanos que exigen la restitución de su presidente. Ni una sola denuncia por la violación a los Derechos Humanos y constitucionales, perpetrados por el gobierno de facto. Ni un solo comentario sobre el secuestro de la canciller Patricia Rodas, y otros funcionarios del gobierno de Zelaya; y ni una sola información sobre los desaparecidos, como es el caso del alcalde de San Pedro de Sula, Rodolfo Padilla Sunseri, quien fue detenido por militares un día después del golpe y de quien todavía se desconoce su paradero.
El cierre arbitrario y violento de los medios de comunicación estatales y alternativos no generó en su programación el más mínimo debate. Sobre este tema se conformaron con entrevistar al canciller de facto, quien dijo que "las fallas que presentan los medios estatales es por el saboteo del anterior gobierno". A la CNN le pareció convincente el argumento y copió textual sus palabras en el insert (generador de caracteres) de la pantalla. Pero los medios estatales y alternativos hondureños no es que presentan fallas desde el golpe de Estado, es que fueron cerrados a punta de fusil.
Esa tarde pudimos apreciar cómo los militares cerraron violentamente la televisora estatal hondureña, Canal 8. También fuimos testigos de cómo de un momento a otro interrumpieron las transmisiones de Radio Globo Honduras, el único medio, aparte de teleSUR, que nos permitía conocer la realidad de los hechos. Supimos que la habían cerrado porque de un momento a otro se interrumpió la programación y colocaron hasta el día siguiente un hilo musical. Intenté durante varias horas comunicarme con los compañeros de la emisora, pero fue en vano. Nadie contestaba.
Dos días después, su director, David Romero, nos confirmó el cierre de la emisora y nos contó que para salvar su vida de los militares, que entraron de manera agresiva y fuertemente armados, tuvo que saltar de un tercer piso. Hoy David tiene serias fracturas en varias partes de su cuerpo.
Como si fuera poca la manipulación mediática, este martes 30 de junio, CNN decidió partir su pantalla en dos y desestimar la importancia que tenía la intervención del Presidente Zelaya en la ONU. En el insert colocan "Zelaya habla en la ONU. En Honduras se manifiestan en su contra". Nada más alejado de la realidad. Fue teleSUR quien los desenmascaró. Mientras ellos transmitían a los golpistas reunidos en las afueras del Palacio Presidencial e identificaban a Roberto Micheletti como Presidente de Honduras, teleSUR mostraba cómo centenares de hondureños exijían en las calles el regreso del presidente que eligieron democráticamente y cómo fueron reprimidos por pedir el retorno del orden constitucional.
El descaro los hizo llegar tan lejos, que esa misma tarde del martes 30 de junio, CNN repitió hasta el cansancio que la fiscalía hondureña emitió una orden de captura contra Zelaya para que la Interpol lo detuviera en cualquier parte del mundo. ¿Pero en qué planeta vive CNN? ¿Cuál orden de captura puede emitir un gobierno de facto que no es reconocido en ningún país del mundo? ¿Cómo CNN se permite hacerse eco de semejante barbaridad? ¿Cómo se atreven a desafiar las leyes internacionales y legitimar a través de sus pantallas a un gobierno de facto? Como lo hizo ayer en la noche su periodista, Daniel Viotto, cuando entrevistó a la usurpadora Ministra de Finanzas.
CNN, una vez más, demuestra que es la voz de los represores, de los usurpadores, de la barbarie. Evidencian que si a sus amigos les falla un golpe de Estado contra un presidente que lucha por los intereses de su pueblo, allí estarán ellos para manipular y legitimar lo que todos los países del mundo condenaron unánimemente.
Los pueblos nunca olvidarán. La historia nunca los absolverá.

Leer más...

¿Por qué los animales odian a sus defensores?

Por Juan Pablo Ramos

Se puede leer en la prensa que un cierto Andaur, una suerte de reportero que suele desafiar a las bestias del trópico ante las cámaras de Mega, acaba recibir su primera mordida de cocodrilo, tras cientos de infructuosos intentos previos. La noticia trae a la memoria una copiosa lluvia de recuerdos: desde las lúcidas tentativas de una elefanta mendocida de destripar a Alfredo Ugarte, un entomólogo que solía comer su objeto de estudio (los insectos) en Canal 13; hasta la muerte del afamado “Cazador de Cocodrilos”, Steve Irwin, ensartado por la cola de una mantarraya venenosa. Eso, sin olvidar el fallecimiento del tierno ecologista Timothy Treadwell y su novia, devorados por un feroz oso de Alaska, hecho inmortalizado en el documental “Grizzly Man” de Werner Herzog.


Todas estas historias reales tienen en común que sus protagonistas, los humanos se entiende, afirman ser fervientes amantes de los animales. Hacen llamados conservacionista a su público y declaran que sus aventuras tienen un claro objetivo pedagógico, enseñar a la gente -y sobre todo a los niños- a querer a las impredecibles fieras de la jungla. Por qué, entonces, los inclementes paquidermos, plantígrados, escualos y reptiles se empeñan particularmente en acabar con esta subespecie de homínidos televisados, en claro peligro de multiplicación.Cómo saberlo. Es posible que las bases y el maquillaje le den cierto gusto dulzón a la carne humana, equiparándola al jamón pierna acaramelado. Pero la respuesta más obvia es que hasta los seres irracionales tienen la sabia tendencia a defenderse cuando son molestados. Y hay que decirlo, la mayoría de estos personajes, simples seguidores de Steve Irwin, no son otra cosa que acosadores de animales peligrosos.
Tratar de inmovilizar a un cocodrilo mediante una serie de cuerdas y llaves de karate, con el fin de mostrar su dentadura a los niños, es por lo bajo un acto muy descortés e invasivo. Imagínese que un orangután de pronto lo amarrara usted mediante lianas, pretextando hacer una disertación a sus crías sobre el aparato reproductivo humano. O que un pájaro dodo intentara entablar con usted una sesión de lucha libre, para lucirse ante el resto de las aves de su colonia.
Y conste que la intención no es humanizar a los animales con estos ejemplos, sino rescatar al animal que usted lleva adentro. Qué haría ante tamaños vejámenes. Qué, ante tal invasión a su metro cuadrado. Cómo trataría a un simple ratón que intentara compartir con usted la cama matrimonial durante el invierno. O a un chungungo, que hiciera despachos en vivo desde su cocina.
Como un amigo hace notar, el mordisqueado Andaur suele recorrer ese mundo salvaje con una inútil e incómoda bicicleta al hombro, por encargo de su auspiciador. Se comprende que con tal disfrutar de estas expediciones el conductor estaría dispuesto a cargar con una bicicleta de gimnasio, y haría ejercicio en ella sobre la cumbre del Monte Everest. Ante tales sinsentidos solo queda la justa indignación de toda la fauna del mundo.

nota del posteador: sólo una nota a este lúcido texto, yo habría escrito "defensores", pues estos payasos de los medios de comunicación, no son los verdaderos defensores de la vida animal y salvaje.

Leer más...

  © Blogger templates The Professional Template by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP